El lunes 16 de noviembre de 1885, 124 años atrás, nacía a las 7 de la mañana José Kentenich, hijo de Catarina Kentenich y Matthias Kop, en el desván de la casa de sus abuelos, frente a la Plaza San Cuniberto, en Gymnich (Alemania).
En el pueblo se celebraba una tradicional kermés. Los habitantes del lugar, estaban acostumbrados a vivir esta fiesta con brío y durante varios días. En este período las oficinas públicas permanecian cerradas, por eso el nacimiento de José Kentenich fue registrado recién el 18 de noviembre, una vez concluido el evento. De acuerdo a la ley de aquella época se tomaba como fecha de nacimiento el día de registro, como sucedía a menudo por aquel entonces.
Esta fecha se encuentra en muchos documentos y biografías oficiales, se supuso que el Padre Kentenich había nacido el 18 de noviembre. Según las investigaciones hechas últimamente corroboran que en realidad nació el 16 de noviembre. Para él mismo, para su madre, los demás parientes e inclusive la Familia de Schoenstatt mantuvieron durante toda la vida el 16 de noviembre como día de su cumpleaños.
Así por ejemplo le escribe su madre en una carta en 1926: “El próximo mes, el día 16, cumplirás 41 años. Si vuelves a portarte bien durante otro lapso similar, seguramente iras al cielo”.
Según una tradición oral, una monja del pueblo habría ayudado como partera en el nacimiento del niño. Al observar el aspecto débil de la criatura, la religiosa le habría administrado el bautismo de emergencia. Sobre este punto no se dispone de fuentes directas.
El niño fue bautizado el 19 de noviembre en el templo parroquial de San Cuniberto con el nombre de Pedro José, como su padrino Peter Josef Peters, y el único hermano vivo de su madre. La madrina fue su abuela, Anna Maria Blatzheim de Kentenich.
Biblografia: Datos recopilados del libro “Los Años ocultos” de Dorothea M. Schlickmann
Gracias, Padre Eterno, por el niño José Kentenich. Gracias por su sacerdocio. Gracias por el fuego en su corazón que hoy arde en los corazones de su Familia en todos los continentes.
Gracias porque nada pudo apagar nunca ese fuego. Gracias porque encontramos chispas de ese fuego en los corazones de obispos y políticos, de mártires y santos de la vida diaria, de ancianos y jóvenes, de pobres y enfermos, de gente sabia y de gente sencilla…
Texto tomado de la pagina Web de Schoenstatt Internacional
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