8 de diciembre (Fiesta de la Inmaculada Concepción)
Estamos acostumbrados a comprender nuestro santuario como el lugar en que la Santísima Virgen realiza para nuestro tiempo lo mismo que hizo cuando estaba aún sobre la tierra, en los distintos lugares en los que estuvo y actuó. ¿Dónde estuvo María durante su vida en la tierra, dónde actuó? Sólo es preciso que mencionemos uno u otro de los lugares: pensamos, por ejemplo, en Nazaret, pensamos en Belén, pensamos en el Gólgota, pensamos en el Cenáculo, el recinto de la Última Cena.
La Familia de Schoenstatt tiene un “Oficio” (Liturgia de las horas) propio: lo llama “Oficio de Schoenstatt”. En él están representadas todas las Horas canónicas de oración. Cada tres horas se dispone de una oración que nos transporta a uno de los lugares históricos en los que María actuó cuando estaba aún en la tierra. Así, las Horas dicen, una y otra vez: Tu santuario es nuestro Nazaret, es nuestro Belén, es nuestro Gólgota, es nuestro Cenáculo. Con ello se quiere decir a María: Virgen Santísima, lo que realizaste antes, en Nazaret, en Belén, en el Gólgota, en el Cenáculo, quieres realizarlo hoy para el tiempo actual desde este lugar.
De esta peculiar manera se completa cada vez más nuestra imagen de María. ¿Cómo vemos a la Santísima Virgen aquí, en nuestro santuario? Del mismo modo como la representa y pinta la Sagrada Escritura.
El Niño en sus brazos. ¿Qué nos recuerda la imagen del Niño en sus brazos? Nos recuerda Belén. “Tu santuario es nuestro Belén”. Reflexionamos y recordamos que, en virtud de la alianza de amor, María nos regala sus dones. Intercambio de dones: así hemos denominado la alianza de amor. ¿Qué nos regala ella, entonces, aquí, en este santuario? Nos regala al Niño que lleva en sus brazos. ¡Y cuán a menudo nos lo ha regalado! ¡Cuán a menudo nos lo ha regalado en la sagrada comunión! ¿Cuántas veces nos ha regalado al Niño? Tantas cuantas hemos descubierto en nuestros semejantes el rostro de Cristo.
Continuemos. ¿Cómo es la imagen de María? Nuestra imagen de María se yergue ante nosotros con el Ave del ángel en el oído. Nuevamente, un lugar histórico: Nazaret. Allí, el ángel dice: ¡Alégrate! Ave, gratia plena! (¡Alégrate, llena de gracia!) ¿Y qué hace María aquí, en nuestro santuario? Ella nos pone ese Ave en los labios. ¡Cuán a menudo hemos saludado a María del mismo modo como la saludó el ángel!
Después, vemos a la Santísima Virgen con el Magnificat en los labios. ¿Dónde cantó ella el Magnificat? En casa de Zacarías. ¡Con cuánta fecuencia nos ha colocado ella aquí el Magnificat en los labios, de tal modo que no nos hemos cansado de cantarlo!
Continuemos, ¿cómo se muestra la Santísima Virgen ante nosotros aquí? Con la espada de siete filos en el corazón. Tu santuario es nuestro Gólgota. ¡Cuántas veces nos ha clavado María, desde este lugar, la espada en nuestro propio corazón, a fin de que tengamos verdadera alegría en el sacrificio, verdadero amor al sufrimiento!
Pero con ello todavía no hemos delineado suficientemente la imagen de María: también vemos ante nosotros a la bendita entre las mujeres con las lenguas de fuego sobre la cabeza. (Milwakee, Junio 1956)
7 de diciembre
Compañera de Cristo en su gloria. María sigue siendo la Compañera de Cristo en su gloria. Ella es la Compañera de Cristo que resucita y asciende a los cielos, que intercede por nosotros y reina en el cielo. María es la que participa de la gloria pascual del Resucitado. La imaginación piadosa piensa que el primer desplazamiento y el primer saludo del Resucitado fueron dedicados a su Madre, quien fue la única que nunca dudó en su fe en él, que nunca vaciló en su fidelidad a él, incluso cuando hasta la misma roca de la Iglesia era sacudida. Nosotros participamos de todo corazón en la alegría pascual de María.
Y después, ella debe participar de su gloria celestial. Debe morir pero su muerte no será una dolorosa destrucción, sino el amoroso apagarse de una candela que se consume en el fuego del amor. Su cuerpo virginal no será botín de la muerte y de la tumba. La omnipotencia de Cristo resucitó su cuerpo para la vida eterna; ella ha sido asumida en cuerpo y alma en la gloria del Señor.
Desde ese momento, María reina a la derecha de Cristo en la gloria del cielo, para interceder por todos nosotros. Él “está sentado a la derecha del Padre”. María es y sigue siendo consors Christi por todo el tiempo y la eternidad. (Milwaukee, 1954)
6 de diciembre
El que quiera comprender aquí correctamente la posición de María como Compañera de Cristo ha de considerar lo siguiente:
1. En los tres años de su actividad pública de enseñanza, Cristo es, en primer lugar, el heraldo de la verdad eterna ante quien debe inclinarse todo. En su tiempo de pasión, él calla para ofrecerse, a partir de ese momento, por todos nosotros como Salvador del mundo.
2. María, como representante de toda la humanidad y como consecuencia de su misión en la encarnación, debe ofrecer a Cristo lo que todos nosotros deberíamos y, por lo menos en cierta medida, podríamos también haberle ofrecido: silenciosa obediencia de fe, como también participación en el sacrificio salvífico de la nueva Cabeza de la humanidad. Lamentablemente, los miembros del pueblo escogido a tal efecto no lo hicieron. La única que cumplió lo que era deber y obligación de todos nosotros fue María. Por eso, María está en la vida pública de Jesús como debiéramos haber estado todos nosotros: callando, escuchando y obedeciendo.
3. Llegan ahora los días oscuros y difíciles de la semana santa. El Salvador del mundo se prepara para ir al sacrificio por todos nosotros. Allí, María sale del ocultamiento en que se encontraba hasta ese momento a fin de ascender con él, como Compañera en el sacrificio, al monte Calvario y unirse, e incorporarse como nueva Eva, a la entrega sacrificial de Cristo. Su corazón virginal y maternal, en su sufrir con él, es como un precioso cáliz sacrificial que recoge las gotas de la sangre del Salvador del mundo por todos nosotros.
5 de diciembre
María es la Compañera de Cristo durante su caminar por la tierra, desde la Encarnación hasta su sepultura. Ella está siempre presente. En el silencio orante de Nazaret, pronuncia su Sí receptivo que será el comienzo de la salvación. Santo Tomás declara al respecto: “En la Anunciación, Dios aguarda la aceptación de la Virgen como expresión de la voluntad de aceptación de toda la humanidad”. Y a partir de entonces, María queda unida de manera inseparable a Cristo para siempre. Rica en fruto precioso, ella lleva, como Theophora (portadora de Dios), al Jesucristo a través de las montañas de Judea hacia su pariente Isabel. Al entrar, llega con ella la bendición de Cristo: la mujer, que llevó el oprobio de Eva, queda llena del Espíritu Santo. El hijo que lleva en su seno recibe participación en la salvación, y el varón recupera su voz, comienza a orar y es nuevamente un profeta de Dios. Pocos meses después, la Madre lleva al Señor hacia Belén: en efecto, el mundo entero debe recibir el más digno Bien. Y después vienen los pastores y los sabios del lejano oriente: ellos encuentran al Niño en brazos de su Madre, le ofrecen sus dones entregándoselos a su Madre. En brazos de María, el Salvador del mundo ofrece en el templo el sacrificio matutino de su vida. En Simeón y Ana se acerca la más noble piedad y la más pura expectativa del Mesías de la antigua alianza, para encontrar en brazos de María la salvación del mundo, la luz de los pueblos y el consuelo de Israel. Siguen los años en Egipto y después en Nazaret, y la maravillosa comunidad de casa y mesa de Jesús con su Madre. (Milwaukee, 1954).
Nota: Reflexión elaborada por los Padres de Schoenstatt de Córdoba, Argentina.
«Con Maria Reina, construyamos una Patria para todos»
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